Tradición y protesta. Paredes blancas y grafitis. Bloqueos y procesiones. Semana santa y guardia indígena. En Popayán, la realidad se mezcla de maneras extrañas.
En el corazón de las montañas de la cordillera central y occidental, se levanta esta ciudad que, entre calles empedradas, imponentes iglesias y monumentos coloniales, guarda las huellas de siglos de historia. Conocida comúnmente como la Ciudad Blanca por sus fachadas cubiertas de cal, Popayán es mucho más que un destino turístico para visitar en Semana Santa: es un verdadero encuentro con la historia nacional.
De nombre indígena y fundación española, es la muestra perfecta de nuestro mestizaje. Esta ciudad de más de 400 años tiene destinos obligados que, aunque están a la vista de muchos, pocos conocen sus detalles: detrás de su arquitectura religiosa y sus casas museo, hay otra ciudad que no se resigna a las viejas estructuras.
A primera vista parece un lugar detenido en el tiempo. Al dar un paseo por el Parque Caldas podemos trasladarnos a una época antigua de señores feudales y apellidos rimbombantes. Sin embargo, si nos aventuramos a caminar un poco más sus calles de farolitos y fachadas color marfil, vemos que el pulcro blanco del pasado señorial se llena de los grafitis de los estudiantes y su espíritu rebelde y crítico.
Es como si las viejas y las nuevas generaciones se estuvieran repartiendo la casa. Hay payaneses que cargan con la herencia de ser una tierra de próceres y presidentes; mientras otros se despegan de la tradición para mirar hacia el futuro; y hay lugares que después de haber sido cuna de ricos terratenientes, hoy son escenarios de organización indígena. En la “Jerusalén de América”, la irreverencia poco a poco se ha ganado su lugar.
Todo confluye en un pequeño lugar que se extiende desde la Plaza del Centro Histórico, hasta el parque del Puente del Humilladero, un espacio donde al caer la tarde es el momento perfecto para comer empanaditas de pipián y “carantantas”, sal que también convive con el dulce de los “aplanchados”.
Con la noche aparece el brillo de las botellas de viche y de chirrinchi, bebidas ancestrales que comparten tradiciones afro e indígenas; y la “Salsa en Nueva York”, -la discoteca más antigua de Popayán que tiene más de 1200 acetatos para azotar baldosa, al mejor estilo del Pacífico. Todas estas son las postales de una ciudad que quiere ser visitada, que le da la bienvenida a todos los que quieren caminar esa línea invisible que divide el pasado con el presente.